Apuntes de una novela futura

Llegué a un punto donde mi necesidad de encontrar una solución fue reemplazada por la poesía de mi continuo fracaso. Charles Simic.

lunes, junio 21, 2004

Instantaneas de un viaje relámpago a Morelia:

Una ciudad llena de fantasmas.
Nada más llegar, con solo ver el Pabellón Vasco de Quiroga (una de las cosas que no estaba ahí cuando me fui) el humor de mi familia cambia. Mi madre recuerda cosas nada gratas, mi hermana recuerda su falsa libertad, mi padre sus pérdidas y yo al triste y solitario niño en que me convertí en esa ciudad. La anduve poco, de mi escuela a mi casa, y en mi casa sólo jugaba afuera, no más allá de 300 metros de ella. Y aún así nos mudamos mucho. Vivimos ahí tres años y medio, y nos cambiamos 3 veces.

Mi madre regresó a terminar la carrera de medicina (ya sus compañeros de antes le daban clases), mi hermana se rebeló contra el imaginario yugo paterno y materno. Mi padre regresó a viejas amistades y negocios, le fue bien, porque es trabajador. Pero casi no veía a mi familia. Mi mamá en clases, mi papá trabajando, mi hermana siendo adolescente, y yo jugando futbol y fantaseando ser "El fantasma" Figueroa, delantero del Atlético Morelia (hoy Monarcas).

Yo veía mucho la tele, y cuando no, dibujaba jugadas de futbol, mini-peliculas en hojas tamaño carta de mi vida soñada: delantero estrella de las chivas, la selección y después del River Plate y el Inter de Milán.

Mi querencia por el futbol me llevó a conocer otras culturas. Cuando sabía, por las transmisiones de futbol, de que Alemania era una potencia futbolística, iba corriendo a mi Enciclopedia Disney y leía acerca de aquel país. Claro está que yo esperaba encontrar ilustraciones del mentado Beckenbauer, pero me encontraba conque era un país que había iniciado la guerra de todas las guerras allá por 1939, y ¡zas! decía yo. Me imaginaba como sería un niño de aquel país, otrora bélico y ahora divido (no había caído el muro, o tenía poco). Entonces incluía a un niño defensa central en mi equipo del Inter soñado: Otto Bismarck (clara alusión al canciller de hierro). Y así fui aprendiendo del mundo, gracias al futbol.

Otro de mis pasatiempos era leer un diccionario por entregas que venía junto con el TvyNovelas. Era Larousse y se repartía en cuarenta y tantos tomos pequeños de color naranja. Gracias a la misma revista, mi mamá recolecto para mi una Historia Universal ilustrada, de un autor alemán del cual se me escapa el nombre, pero sonaba o es Lindberg. Mis tomos favoritos eran los de la edad media (como 6). Los leía como si fuese una inmensa novela por entregas, donde el personaje era el espacio geografico en tanto testigo de la acción. Me apasionaba el destino de tantos heroes. Recuerdo, ahora, que los tomos referidos a la historia de mesoamérica prehispánica eran un gran compendio de logros culturales y arquitectónicos, pero carecían de acción. Gracias a estas lecturas, para mi, la Historia siempre ha sido y será, una inmensa enciclopedia de historias.

El árbol que plantamos.
Fuimos, por mera curiosidad, a ver la casa que alguna vez fue nuestra. Al estar frente a ella observamos un árbol de unos dos metros y medio de alto. Por un momento reflexionamos. Mi papá dijo: "Es el árbol que plantamos cuando llegamos". Sí, ahora, diez años después sigue ahí. Creció, se le cayeron muchas hojas, le volvieron a salir, echó raices, le cortaron ramas, le salió musgo.

Nosotros no somos la familia que eramos. Todo lo que planeamos nos pasó distinto. Hemos tenido logros y pérdidas. Viajes, alegrías y prosperidades. El árbol que debía cobijar nuestro hogar se quedó en esa casa que alguna vez fue nuestra.

La continuidad dispareja.
Sacó una foto, haber cursado año y medio de fotografía me convierte en el fotógrafo familiar. Sacó una foto de mi abuelita (jechu en el dialecto Espinoza), de mi madre, de mi hermana y de mis sobrinas Lulú y Amaia.

Mi abuela es una michoacana menudita, bajita y de la tierra caliente. Hija de un hijo de Árabes (los Farah, después Farías). Una mujer que de niña vivió en ranchería y quedó huerfana de madre a los cinco, que atendió desde entonces a sus hermanos y a su casa. Miembro de una dinastía tierracalenteña que la desheredó por casarse con un guanajuatense medio indio y pobre: mi abuelo José Gerónimo Salvador Espinosa, a su vez hijo de indios yaquis. Una mujer, mi abuela, que a sus 78 años de edad oye, ve y camina perfectamente. Ella es de tez blanca y cabellos rubios, ojos de color verde. Una mujer fuerte y curtida, Doña Chole.

Mi madre es una Moreliana. Una Nicolaita, una izquierdista desilusionada, una romántica incurable, un alma noble y generosa dueña de una caracter recio y visceral. Una madre dedicada. Fue madre soltera, llevó su embarazo con dignidad y entereza en un pueblo que no entendía de esas cosas de tener niños fuera del matrimonio. Morelia era un pueblo chico, y ya se sabe que pueblo chico... Virginia, mi madre, es de tez blanca, cabello oscuro y mirada tristona. En su juventud era muy, muy flaca (como ahora mi hermana Karla), ahora es una matriarca llenita y vigorosa. Creció en una infancia con carencias, pero con muchas caricias (nomás 8 hermanos). Siempre fiel a sus hermanos aunque estos no se lo merezcan (a excepción de mi tío Pepé y mi tía Rita).

Mi hermana Michelle (que es la que ya tiene hijas) es una michoacana que nunca se acepta como tal, una chilanga que se detesta como tal, y una tapatía quesque orgullosa de serlo. Y en todo lo anterior está la muestra de su caos interno. Nunca ha sufrido penurias, ni siquiera ahora que vive en otra casa (mis papás le pagan todo, el marido casi nada). Siempre ha querido estar en otro lugar que no sea éste (donde esté en el momento). Ha sido la favorita de mi papá (es física y psicológicamente igual a él). Eso sí, es una mujer con los pantalones bien puestos, que sabe lo que quiere y como tenerlo; el problema viene cuando no sabe lo que quiere. Siempre quiso ser cantante, tiene buena voz (a los gritos ya no se distingue). Su problema siempre han sido las amistades: puro pseudo artísta.

Mi sobrina Lulú (María de Lourdes Islas Espinosa) es una amor. Una de las razones por las que amo ésta ciudad. Nació en el futbolero año de 1998. Yo le cambié los pañales, la bañé y cuidé. Ella es una de las mejores cosas que me ha pasado. Es brutalmente inteligente. Hace comentarios y observaciones demoledoras. Tiene un alma poética indudable, sin duda es un extracto de todo lo mejor que mi hermana puede llegar a ser. Siempre ha querido a su mamá, a su 'bolita' (su abuela, mi mamá), y a su Papá, o sea mi papá que es el que la crio y la sigue cuidando y manteniendo. Un hombre que volvió a nacer cuando la vio, lo juro. Y es una cosa esa de ver a un hombre tan fuerte querer tanto a alguien chiquito que se plantea uno muchas cosas. Ella, mi sobrina, renovó mis esperanzas y me hizo ver que se puede amar sin prejuicios.

Lo que dejamos atrás.
En Morelia yo dejé a mi hermana mayor, Karla Soledad Espinosa Farias, a todas luces el bebé más bonito que tuvo mi jefa. Una mujer que tiene todo el caracter Espinoza. Y por ello un buen de nobleza y comunismo innato. Una capacidad para el sacrificio admirable. Y mucha preocupación por los demás. Tanto que se vuelve un defecto. No ha hecho todo lo que podría hacer por ella misma. Y sé que le he fallado como hermano, porque no he estado tanto ahí.

También me preocupa mi prima Estefanía. Una pintora que aún no encuentra un camino que seguir.


Lo que tenemos por delante.
Son las 4:45, pongo en el estereo cualquier cosa pa' olvidar el transcurrir de la carretera: Pearl Jam. Mientras, veo desaparecer el lago de Cuitzeo rebosante de agua. Aspiro hondo y hago espacio para pensar como entrelazar de nuevo mi vida y la de mi hermana Karla. Atrás de los cerros está ya, otra vez, esa ciudad llena de fantasmas que es para mi Morelia.

Islas.

No hay comentarios.: