Proustiana (La intimidad) :
Algo se insinuaba siempre en esas largas horas pasadas en blanco. Mirando por la ventana, o viendo como cambia la luz conforme avanza el día, siempre se presentía algo como inasible que se aferraba a la sustancia del tiempo. La dificultad de abandonar la soledad no tenía nombre ni presencia. Después, cuando la soledad ya no concurría a mí, la incomodidad de dejarla se hizo presente. Mi unicidad debía ser rota. Compartir. Debía aprender a compartirme... que dificultad. Que hermosa complicación. Aún así hay cosas que se resisten, que persisten también, en adueñarse de nuevo de lo que era suyo. La observación privilegiada de la vida me fue cambiada por un lugar en medio de la escena. Arrancado de mi liminar posición como espectador, empiezo a tratar de entender el caos que representa formar parte de la escena y dejar de ser el observador reflexivo de siempre.
El encuentro con otros labios, el contacto con otras manos, el contacto con un cuerpo que se nos entrega, transtorna por completo la visión que teníamos del propio, dejándonos ante la tarea de reconstruir tanto nuestra percepción como nuestro propio cuerpo. La intimidad, pues, nos coloca ante una constante reconstrucción reflexiva de nuestro ser (Modelo para armar)
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Islas
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